Kris Jenner dio su primer paso a la fama en una cinta para correr y ya no dejó de
esprintar. La vida pública de
Jenner comenzó el día que decidió aparecer como florero en los anuncios de
teletienda, sección gimnasia, de su marido a comienzos de los
noventa. En aquel desangelado plató le inocularon el virus mediático que la
acompañaría toda su vida. Por entonces, ya era la madre de todos los
Kardashians (Kourtney, Kim, Khloé y Rob), y estaban por llegar las dos Jenner
(Kylie y Kendall). Su sueño televisivo tenía que esperar… pero no tanto.
En 2005 animó a la primogénita, Kourtney, a participar en el reality Filthy rich: Cattle drive; aunque dos años antes le tocó a Kim, en The simple life, donde ejercía de amiguísima de Paris Hilton.
Juntas eran agua y aceite, la emperatriz de los hoteles peliteñida,
blanquísima como una campesina holandesa, una tabla de apenas 50 kilos (sin
ropa interior); la hija del abogado, morena de piel y cabellos, curvilínea como
una botella de Coca-Cola.
Con esos mimbres, Kris rodó un piloto de cómo podría ser un reality con su familia. Nadie pareció hacerle mucho caso, salvo Ryan Seacrest, creador de American idol. ¿Fue cabezonería de Kris o sagacidad de Ryan? Hay opiniones para todos los gustos.
Este es el balance de Matt Wallace, periodista del corazón especializado en
telerrealidad: “No creo que nada sea posible en este
mundo sin Ryan Seacrest. Estoy convencido de que es el
emperador de una cábala secreta que controla todo, incluido el programa
espacial”, bromea.
Jeff Jenkins, que cuando conoció a los Kardashian era un modesto
productor en una compañía de programas de telerrealidad de bajo coste,
discrepa. “La idea de que la familia apareciera
en pantalla fue 100 por cien de Kris Jenner”. Hoy es el
vicepresidente de Bunim Murray, una multinacional cuyo producto estrella,
Keeping up with the Kardashians, se ve en 130 países… Aunque según cuenta Kris
Jenner: “¡Nos ven en más de 300 países!”. En su hiperbólico universo existen
casi el doble de estados que en el mundo real. Sea como fuere, nadie en octubre
de 2007 pensó que aquel capítulo de Keeping up… fuera a convertirse en el
fenómeno que es hoy.
Para los no iniciados, la vida de Kris y su estirpe que vemos en
pantalla es un monumental lío solo comparable al de los argumentos de los
culebrones yanquis de los años ochenta, tipo Dinastía o Falcon Crest. Imagínese que Alexis Carrington o Angela Channing
tuvieran problemas de retención de líquidos durante una comida o que sus hijas
pretendieran curar su soriasis inguinal con la leche de los senos de su
parturienta hermana. Eso es lo que hacen las Kardashian. Suena chabacano y escatológico
pero su éxito, precisamente, consiste en eso. ¡Al menos según Meredith Jones,
organizadora del primer Kimposium!, un congreso
dedicado a las Kardashian que se celebró en Londres el pasado verano: “Ninguna
de ellas, salvo Caitlyn, que fue medallista olímpico cuando aún era Bruce,
tiene un talento particular. Representan la fantasía de ‘si ellas pueden
tenerlo todo, quizá yo también lo consiga’. También son atractivas porque son divertidas y
rompen tabúes, como el de sus conversaciones sobre vulvas y vaginas”.
Así, las estrellas son sus hijas, pero la emisión no existiría sin la
ubicua madre. Así lo cree por lo menos Amanda Scheiner McClain, que ha
publicado el primer estudio académico sobre el programa, Keepin up the Kardashian brand (Lexington): “El reality no sería lo mismo sin Kris. Todos y cada
uno de los miembros son necesarios para representar a la familia, con su mezcla
de drama, comedia y vida real. Además, una de las claves del
reality es cómo presenta la interacción entre generaciones. A través de la
representación de diferentes grupos de edades, atrae a un público también
diverso”. Jeff Jenkins es de la misma opinión: “¡Kris es una
superestrella! Tiene un tercio de Lucille Ball, un
tercio de Joan Collins y un tercio de genialidad propia. Siempre
quiero que Kris aparezca en cada episodio, en cada conversación. No hay otra
como ella y es una pura delicia. Cuando la conoces en persona, caes rendido a
sus pies. Es un torbellino”.
Pero más allá de sus liftings de 50.000 dólares en directo, Kris ha sido
capaz de hacer que funcione su familia porque, tal y como han reconocido sus
hijas, fue la que las empujó al proceloso
mundo de las redes sociales. Kris alardea en todas y cada
una de sus entrevistas del número de seguidores en Twitter de su prole (los 34
millones de Kim, los 16 de Khloé y Kourtney). No ha parido hijas ni estrellas
de la tele sino a reinas del networking. ¿Cuál no será su poder si hasta la
mismísima Hillary Clinton, en plena precampaña para ser la primera mujer
presidenta de EE UU, es capaz de arrimarse a Kim? Para Meredith Jones: “Son el punto álgido de la cultura del selfie. Un
tipo de éxito que solo se sustenta en ser uno mismo. Resulta fascinante”.
Tan fascinante y global que incluso el enfant
terrible de la nueva poesía británica (ganador en 2012 de uno de los
galardones más prestigioso del Reino Unido, el Forward Prize), Sam Riviere, ha editado este año un poemario
íntegramente dedicado al segundo matrimonio de Kim Kardashian, con el jugador de
baloncesto Kris Humphries, que solo duró 74 días y que, según la leyenda,
también fue una campaña orquestada por la matriarca Jenner. Riviere explica por
qué en su poemario la presencia de Kris Jenner es constante: “Es una maestra de
la gestión de la imagen. Consigue incorporar la desgracia y el drama a su
narrativa personal con verdadero talento”. Que la alta cultura se haya fijado
en esta dinastía es solo una prueba más de su irresistible atractivo. Y el
encanto, en televisión, tiene un precio.
Concretamente, los 100 millones de dólares que le ha costado al canal E!
la renovación por cuatro temporadas de Keeping
up with the Kardahians, según ha publicado el New York Post. Lo nunca visto y nunca negado por la cadena de
televisión. Cabe preguntarse si tan millonario contrato es rentable. Juzguen
ustedes mismos: en la era pre-Kris, E! era la decimotercera opción en el grupo
demográfico de las mujeres entre 19 y 34 años; en la era post-Kris, E! se ha
convertido en el número uno entre este apetitoso sector publicitario. Como
agente, Kris se lleva un 10 por ciento de la operación. Eso explicaría por qué
la matriarca se cogió un tremendo berrinche cuando su exmarido Bruce decidió ir
por libre para contar la historia de que ahora es una mujer de nombre Caitlyn.
De todas formas, la televisión es solo la excusa. Más que superestrellas
catódicas, Kris y las Kardashian son grandes corporaciones económicas. Cuando
le preguntamos a su agente de prensa, Cynthia Bussey, no sabe por dónde
empezar: en la sección de cine y televisión, Kris es la productora ejecutiva de las 10
temporadas de Keeping up with the Kardashians y sus cuatro
spin off, al que se añadirá un quinto y un talk show presentado por Khloé
cuando usted lea estas líneas; en la sección de moda, además de
sus tres boutiques DASH, Kris diseña para la firma QVC, mientras sus hijas
tienen su propia línea de complementos y accesorios y otra para bebés, más los
calcetines con la firma de Rob; también hay un sección de libros con su
autobiografía (Kris… and everything Kardashian), y, por supuesto,
un recetario de Kris con las comidas favoritas de su prole (In the kitchen with Kris), con el fin de
que las lectoras sean capaces de reproducir esas posaderas que les han hecho
famosas.
Aceptémoslo: Kris es la Steve
Jobs de la telerrealidad. Ha construido un ecosistema cerrado alrededor de
su marca en el que cualquier escándalo no hace sino retroalimentarse a través
de las redes sociales.
Kim y yo estábamos de pie frente a ella [la Mona Lisa] y una multitud
nos rodeó, susurrando nuestros nombres y saludándonos fogosamente. Nos hicimos
unas fotos con el cuadro mientras los demás empezaron a hacernos fotos a
nosotras. ¡Increíble!”, cuenta Kris Jenner en su libro Kris… and everything Kardashian. El ser humano
lleva siglos preguntándose por el misterio de la Mona Lisa; ella ha tardado
bastante menos en descubrir cuál es el secreto de la fama en el siglo XXI. Nadie
mejor que Kris, la antigua vendedora nocturna de aparatos de gimnasia, ha
entendido que los medios de comunicación son una inmensa teletienda, abierta
las 24 horas del día, los siete días de la semana